El Papa le dice al tango
por Juan María Solare
Hasta 1910 sólo un puñado de personas en París había oído hablar del tango; en 1913 era el tema cultural más debatido, con dos bandos: tanguistes y anti-tanguistes.
Los anti-tanguistas sostenían que las secuelas del tango sobre la moral eran tan cuestionables como el efecto "degenerante" de su origen extra-europeo. Algunos franceses estaban persuadidos de que la palabra tango provenía, por algún milagro etimológico, de su verbo tanguer (columpiarse, balancearse, movimiento de vaivén).
Pero también los defensores del tango ofrecían argumentos dudosísimos: "Nosotros afrancesamos todo, y también la danza que nos gusta será francesa", dictaminó patrióticamente el escritor y dramaturgo Jean Richepin (1849-1926), uno de los más acérrimos paladines del tango en París, durante su discurso en apoyo del tango (A propos du tango) pronunciado el 25 de octubre de 1913 en la Académie Française, una institución famosa por su seriedad, de la cual Richepin era miembro. Durante esa misma exposición acentuó que no veía en él -en el tango- nada excitante.
En contraste con esta platónica aseveración está la trama de la obra teatral Le Tango, casualmente del propio Jean Richepin, que fue estrenada poco después (el 30 de diciembre de 1913) en el teatro Athénée de París. Esta comédie trata de una joven pareja que sólo puede consumar el matrimonio tras superar sus inhibiciones sexuales bailando el tango. El periódico anti-tanguista Mercure de France acusó a Richepin de oportunismo y de intentar aumentar su capital aprovechando la tangomanía.
Para que sepamos de quién estamos hablando, recordemos que ya la publicación de su primer volumen de poemas ("La Chanson des Gueux", en 1876) le había acarreado a Jean Richepin un mes de cárcel en Sainte-Pélagie. Chausson, César Cui y Gabriel Fauré musicalizaron varios poemas de este turbulento personaje (que, por cierto, había sido amante de la actriz Sarah Bernhardt).
En medio de la controversia entre tanguistes y anti-tanguistes, y en gran medida como consecuencia de la comedia de Richepin, en los primeros días de 1914 la Iglesia católica francesa comenzó a enfrentar al tango con renovadas energías. Desde el púlpito, altos dignatarios eclesiásticos tronaron contra él. El 11 de enero de 1914 Monseigneur Léon-Adolphe Amette, el principal obispo de Francia, publicó una carta pastoral al respecto, donde recuerda a sus ovejas la necesidad de "salvaguardar las reglas del pudor cristiano". Calificaba allí a "esa danza de origen extranjero denominada tango" de "licenciosa por naturaleza y nociva para la moral", y exigía a los sacerdotes expresamente que tuvieran esto especialmente en cuenta cuando tomaran la confesión (The Times, 10 de enero de 1914). Por su parte, el ministro presidente Raymond Poincaré y su esposa desterraron esta danza del palacio Elysée (The New York Times, 15 de febrero de 1914).
Tras tales severas medidas podemos imaginar la sorpresa de los lectores de la revista parisina L'Illustration cuando descubrieron en el ejemplar del 7 de febrero de 1914 un grabado que mostraba a una pareja bailando el tango frente al Papa Pío X. Para cubrirse las espaldas, bajo la imagen decía "Se non è vero, è bene trovata" (si no es cierta, está bien inventada), pero el acontecimiento fue comunicado al corresponsal de L'Illustration en Roma y confirmado por varias personas como verídico.
Como preludio al hecho estaba el trabajito de un príncipe italiano entusiasta del tango que se dirigió al cardenal Merry de Val, uno de los más estrechos colaboradores del Papa. El príncipe le explicó que el tango había sido "corregido y mejorado" por un celebrado maestro de baile, el Profesor Pichetti, y que en la forma en que se lo bailaba ahora en los salones romanos no ofrecía motivos de reprobación. Este príncipe le pidió al cardenal que le hiciera saber esto sin demoras a Su Santidad, particularmente porque se acercaba la época del carnaval y sus esplendorosos bailes.
Al día siguiente, el cardenal Merry de Val se acercó con esta novedad al Papa cuando estaba reunido en audiencia privada con una pareja de hermanos de la nobleza romana. Se trataba de dos jóvenes muy al tanto de las modas y que aparentemente estaban familiarizados con el tango; puesto que estaban ahí y lo conocían, el Papa les propuso que lo bailaran para él. Hermano y hermana estarían algo sorprendidos por la petición, pero les debe haber resultado difícil negarse. Considerando la solemnidad de la ocasión y en vista que el protocolo exigía que las mujeres, al estar en presencia del Pontifex Maximus, llevaran un vestido negro largo hasta los tobillos y se cubrieran cabeza y hombros con una mantilla, podemos inferir que lo que ambos hermanos bailaron tendía más al recato que a la lascivia.
Sin embargo, el Papa -oriundo de Venecia- no quedó muy impresionado. Hizo notar a los hermanos que las tendencias de la moda resultan claramente esclavizantes, y la prueba era que habían aplicado tanto esfuerzo en aprender una danza tan poco entretenida. "Puedo comprender que les guste bailar; es carnaval y ustedes son jóvenes... Pero ¿por qué adoptar estas contorsiones bárbaras de los negros y de los indios? ¿Por qué no preferir una bella danza del Veneto tan elegante y plácida como la furlana?" Estos jóvenes aristócratas no habían oído hablar en su vida de tal baile, así que el Papa hizo venir a uno de sus criados venecianos que la bailó para ellos.
Poco después circuló en Argentina un versito:
Dicen que el tango tiene gran languidez.
Por eso lo ha prohibido el Papa Pío Diez.
Seis meses más tarde Pío X murió. Curiosamente Angel Villoldo (el compositor de El Choclo, uno de los dos tangos más famosos del mundo) escribió por esas fechas "Salve furlana!".
Pío X no fue el único Papa que vio bailar el tango. Ante Pío XI y otros altos dignatarios, Casimiro Aín bailó el 1º de febrero de 1924 por iniciativa del embajador argentino ante la Santa Sede, el doctor García Mansilla, muy preocupado por aliviar las acusaciones de inmoralidad que pesaban sobre el tango y mejorar así los lazos con la Iglesia (en ese preciso momento había -por otras cuestiones- graves tensiones diplomáticas entre Argentina y el Vaticano, y se hablaba incluso de romper relaciones). Casimiro Aín (apodado El lecherito y El vasquito, porque era hijo de un inmigrante vasco lechero de oficio) era en su época uno de los bailarines de tango más destacados, dentro y fuera de la Argentina. El propio Aín dio detalles del episodio en una entrevista concedida al regresar de Italia: bailó el tango Ave María, de Francisco y Juan Canaro, que alguien tocaba al armonio. Su ocasional pareja de baile fue la bibliotecaria y traductora de la embajada, una señorita de apellido Scotto.
Pero lo más importante: ¿Pío XI aprobó este tango o no? El historiador Manuel Castelló relata: "La audiencia se prepara cuidadosamente. El bailarín Casimiro Aín 'el vasco' se presenta el 1 de febrero de 1924 a las 19:25 [otras fuentes mencionan las 19:15], vestido de frac, de acuerdo con el protocolo, y una mujer, que no está claro si era su hermana o su mujer, con falda larga azul oscuro y zapatos de monja. Bailan el tango Ave María. Se omiten los acercamientos y las figuras más comprometidas. El Papa tuvo suficientes elementos de juicio para absolverlo, aunque con reparos. Lo que parece claro es que no queda conmovido, a pesar de que ese día se inventó un paso llamado 'Salute al Papa'. Dice Casimiro textualmente: 'yo iba bailando y al enfrentarme a Su Santidad, hice una corridita y me detuve con la compañera en esta forma, así, hacia la izquierda'".
Honestamente, pocas cosas son más difíciles que describir un movimiento por escrito.
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